La mayor magnitud que alcanzó la epidemia del virus de la inmunodeficiencia humana (VIH) en los años ochenta en España respecto a los países de nuestro entorno se debió, fundamentalmente, al contagio entre los usuarios de drogas inyectadas1. En la actualidad, a pesar de haber descendido su incidencia notablemente desde la introducción de la terapia antirretroviral de gran actividad (TARGA), esta sigue siendo superior a la de la mayoría de los países de Europa Occidental. En España se estima que viven actualmente entre 120.000 y 150.000 personas infectadas por el VIH, de las cuales en torno al 30% no saben que lo están, lo que supone aproximadamente 40.000 personas que no se benefician del TARGA y cuya probabilidad de desarrollar sida aumenta considerablemente respecto a los pacientes diagnosticados y tratados tempranamente. Se estima además que el 54% de las nuevas infecciones que se producen son debidas al 30% de personas que desconocían que estaban infectadas. También se sabe que el coste del tratamiento y del cuidado de los enfermos con diagnóstico tardío es mucho mayor. Por estos motivos la detección de las personas infectadas por el VIH que desconocen su estado —-lo que se ha llamado «la epidemia oculta»—- se ha convertido en una prioridad para los responsables del control del VIH en todo el mundo
Rafael Carlos Puentes Torres, Cristina Aguado Taberné, Luis Angel Pérula de Torres, José Espejo Espejo, Cristina Castro Fernández y Luís Fransi Galiana
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